Siempre he confiado en el amor del momento y en las bicicletas de paseo, no así en septiembre. Septiembre me deja inane, no sé si traérmelo a la cama o invitarle a un suicidio, con su rodaja de limón. Os prometo que lucho, sí lucho contra su autismo de fin de fiesta, de corral de comedia y gallinas. Alguno de sus días sucumbo a la tentación de pensar que no es un mal tipo septiembre, que le tengo ojeriza y eso es todo. Que si, pongamos por caso, yo no fuera yo, septiembre sería otro. Pero no puedo salir de mí por más que haga. Y de septiembre no sé qué decir. Le arropo, le pongo vitaminas, recurro a Aloysius y a Melody (ellos que son peluches me miran con espanto) y le cambio las toallas. Todo en un desesperado intento de desesperanza. Incluso he recurrido a la trampa de ponerle canciones que duran Pí.
Con sus galgos corredores, sus corazas, sus mujeres con nombre de árbol o concepto filosófico, septiembre tiene más letras. Tiene un engaño séptimo, tiene hombres con e doble, tiene timbre y tiene P. Me tiene.