7 de septiembre de 2015

Para enfrentar batallas que me alejen de Nares Montero


Hace breves fechas recibí el nuevo poemario de Nares Montero (¿poemario o libro de poemas?, la discusión está servida), con el nada inocente título de: “Para enfrentar batallas que me alejen”. Me adentré en su lectura bajando las luces, encendiendo un incienso, dejándome acompañar de una copa de vino, de una buena cosecha… Dispuesto a iniciar un diálogo íntimo con alguien a quien se profesa cariño: un libro de poemas. 
Los libros nos invitan y pueden hacernos pagar un alto precio por su lectura o sumergirnos en una larga conversación. El de Nares participa de todos estos asuntos. Por sus líneas se pasean las evocaciones a la muerte, al amor, a la amistad. ¿De qué otra cosa debemos escribir? Desde el inicio la obra nos coloca en una encrucijada: “Esto es un mapa”, el de un territorio ignoto que vas a recorrer de la mano de su autora, en continuo diálogo con ella, desde el vibrante juego de los pronombres posesivos: esto va de tú y yo. Sin distracciones, sin el soporte que supone, para los náufragos, la utilización de títulos en los poemas. La autora parece solicitarte, desde el fondo de sus líneas, que la sigas con gestos, que en ocasiones no son del todo amables. Porque nada más  comenzar advierte: “No existe…escritor inofensivo”, y aquello a lo que te enfrentas va a requerir de toda tu atención, de tu presencia, de tu respuesta.
“¿Dónde está toda esa nada que guardas?
Vengo a saber de ti
la neutral confianza en que te columpias,”

Son poemas de dura complicidad, de elevado coste, el interlocutor sabrá qué precio quiere pagar para asomarse al interior de una estancia sin ventanas. O con las ventanas justas para no ahogarse: “Jugar a no matar y morir/ sin duda”. Ya que en estos poemas se llora, se llora de rojo: “…como los carteles:/ Silencio en el hospital”. Hasta aquí, coordenada más o menos, asistimos al baile de las desapariciones, de las palabras que se ausentan, primero letra a letra hasta que se borre el propio mundo. Luego el viaje es de aceptación. Y la aceptación es soledad: “París nos devuelve cadáveres”, culmina uno de los poemas. 
Y el libro se vuelve reflexivo, incorpora a otros personajes: la madre, una “ella” que habla y que puede tratarse, desdoblada, de la propia autora. Son los momentos del desamparo, de la rabia y el odio ante lo inevitable. La vida será como una piedra que se aprehende, dice Nares, y el ritmo en los poemas se ralentiza: 
“No hay nada más que hacer.
Los robles ya han cuajado”
Y la vida se desarrolla en los nonatos, en la promesa de un verano que aplaque el frío, en una ligera y fresca esperanza. Pareciera que la autora quisiera reconciliarnos, tender  un puente  que  nos saque de la  Estigia y ofrecerse  como un inocente Caronte, a desviar los dardos de la insultante fortuna. Incluso nos ofrece sobre un plano, nada metafórico, del metro, las indicaciones de un tesoro, de una salida. Pero todo es apariencia y la verdad amarga asoma casi al final de sus páginas: “Esto es una jaula”. 
Un epílogo postrero, nos ofrece y desvela, parte del secreto a la experiencia a la que acabamos de asistir. Y es que el libro, al uso de las grandes elegías clásicas, está dedicado a otro poeta, músico y editor, ya desaparecido: José Luis Zúñiga (1949-2011). Autor de múltiples poemarios y relatos cortos. Cuya honradez vital culminó con su último libro de poemas, el magistral “Ya veo la bala en mi cabeza”. 
Es de uno de sus libros, “Era otro hoy”, donde tomará Nares su título:
“para enfrentar batallas que me alejen
de la sola prisión que siento mía.”

Epitafio para el amigo, para conversar con el lector acerca del asunto, nada baladí, de la pérdida, de los que están presentes, aunque las lápidas del tiempo se empeñen en cubrirlos. En este libro de llanto cósmico, de llanto en la ciudad por la que el poeta y la poeta deambularon tantas noches, en una suerte de paradas de transporte, desgrana Nares un magnífico viaje emocional. Rendir homenaje nos hace genéticamente validos. Rendirse a un verso, en una batalla, nos brinda la posibilidad de rendirnos a otros placeres. 
Hago mío el brindis, todo un himno generacional, que aparece en uno de esos versos, con la certeza de su verdad: 


“La felicidad es efímera pero insiste.















"Para enfrentar batallas que me alejen", Nares Montero, Ruleta Rusa, Madrid, 2015.
Portada: Valle Camacho.
Se presenta el día 11, a las 21 h. en Los Diablos Azules.